LA DANZA ERA LOS DIOSES

Ellos conocían los secretos estelares en sus propios cuerpos, tuvieron que cubrir con un albo manto los ojos de los seres humanos para que no perdieran su camino en la verdad de que nada importa, de que somos lo que deseamos ser y nuestro cuerpo es el único lugar para salvarnos de nosotros mismos. 

Y danzaron, se movieron por la tierra, sobre el mar, bajaron a sus entrañas, se encontraron de nuevo en su vacío, en ella estaba también la nada y nosotros ahí, materia, pesados, al fondo de la gruta mirando el cielo pintado por las manos del agua que había llegado al centro de la tierra para que pudiera nacer el mar.

En los movimientos que nos heredaron están las cifras y las metáforas, la letra y la música que escucharon al poner sus instrumentos de visión enfocados a donde sus ojos de aquí no podían mirar; fue que escucharon el ladrido de los perros de Marte, así pudieron sentir el viento helado de Júpiter, a Neptuno soñar con la espuma del mar, con los hielos de los polos y envidiar la tierra en su recuerdo de otros cielos en los que alguna vez había  sido nuestra casa. 

En las esculturas que no ha querido destruir el tiempo está el secreto perdido a nuestra lengua, a nuestra mente que nos encarcela en un mundo donde importa más la arena que levanta el viento que el viento que la lleva a las playas donde vamos a sentir que hay una esperanza en el murmullo de olas que todavía no aquietan el corazón de nuestra madre.

Somos esas ondulaciones deseosas de besar la tierra, que dejan su saliva, su esperma, donde nacen caracoles que guardan pedazos de aire y el latir de nuestro corazón del cielo. Somos también la verdad de nuestras palabras que inventan la realidad y acallan el estruendo del universo y aseguran que los planetas giran despacio, que somos superiores a todo lo que está a nuestro alrededor y que somos también los elegidos porque volvemos a nacer de la destrucción… como aquellos que fueron hechos antes que nosotros, los animales. Por eso es mejor guardar silencio y danzar, sentir el cuerpo, llevarlo hacia los rincones donde pasan los vientos que atraviesan planetas y sistemas solares en su andar por los patios de los templos; para liberarnos de esas cargas que no nos dejan volar al cielo.

Ellos, los antiguos, lo sabían, por eso dejaron grabada su memoria en los gestos, en los movimientos, en las manos y los pies y en la lengua y el sexo, para que pudiéramos nacer del mismo huevo. Y danzar…