CRONICAS DEL FIN DEL MUNDO I

Cuando estudiaba la prepa, en Guadalajara, recuerdo que mi abuela me envió dinero para  la inscripción del semestre. En lugar de inscribirme a la escuela, me compré un amplificador de bulbos de no recuerdo ya la marca, pero que sonaba rompemadres. Eso marcó un cambio radical en mi vida: dejé de estudiar, a lo que no le encontraba mucho sentido y me lancé al vacío porque ni siquiera tocaba bien, como para hacer una carrera de músico y me fui a Xalapa. Ahí entré en el conservatorio pero tampoco aguanté la carrera de guitarra clásica, eran bastante castradores los maestros, no podías tocar nada que no fuera clásico, no podías escuchar otra cosa. Pero los maestros polacos eran distintos. Dejé también el conservatorio y me dediqué a vagar por las calles y a tocar rock donde podía. Nunca me apliqué a estudiar la guitarra, pero eso ya es otra historia, la historia de una máscara que nunca subió al ring.