Escucho explosiones, tienen un código distinto al de las fiestas de los santos o las celebraciones de fin de año. Se sienten más lentas, profundas, graves, como si discutieran dos gigantes entronados... mi mente vuela... proyecta imágenes de la tragedia, los disparos, el combate, gritos y confusión... pero las campanas, también lejanas, de una iglesia, me sacan de esa apocalíptica visión de un presente que es más amable en la vida real, lejos de las páginas de la prensa y los medios noticiosos. Y, sin poder evitar mi paranoia, me quedo esperando, infructuosamente, las sirenas, el paso de patrullas veloces; afuera todo está en paz, la gente peregrina y reza, Dios los escucha y yo insisto en negar lo que mis ojos ven. Es tarde.