CRÓNICA DE UN DESPOJO

Sentí un impulso, venía desde el espacio profundo de mi ser interior. El sonido salió de mi estómago, y canté; no sé cuánto tiempo, mientras echaba hacia la flama de las veladoras el plasma gris, oscuro, denso, que traía pegado a mí, y que comenzaba a invadir mis linderos externos, la piel, algún músculo, débil, ciertos órganos que comenzaban a enfermar. Veía respirar al fuego mientras consumía aquella basura energética. 

Con el canto y el despojo de aquella cosa, desaparecí de mi cuerpo, hasta que escuché el aleteo de una palomilla negra. Percibí al insecto irrumpiendo en la realidad, rasgando su velo como le hace un avión supersónico al cielo. Voló hacia la pared de enfrente. Simultáneamente me daba cuenta de que había sacado de mí un mal de muerte... 

Y así lo dije al aire, a la nada, al universo, que el daño estaba fuera, y conjuré y lancé los decretos, rompí los sellos con que algo, alguien -quizá yo en otra dimensión, en otro plano, era lo más seguro- me había estado condenando a perder el camino. Tracé los símbolos con lentitud y respeto. Esta no era una prueba, sino mi propia sanación, el cambio de dirección que le estaba dando a mi destino. 

Entonces tuvo sentido el mensaje del agua cuando, años atrás, en un viaje a Playa del Carmen, me tomó entre sus manos y me sacó de la poza en la que, en ese otro tiempo, un tanto lejano, me hundí pensando que podría tocar el fondo de piedra que mi fe dibujó en la profundidad en la que me perdía sin remedio, y sin saberlo, cuando me tiré al cenote sin fondo. 

Aquella vez lo supe; el mensaje fue claro: "vas a vivir", escuché, entre la estridencia del agua, rompiendo cual olas en mis oídos. Sólo aquella frase imperiosa y contundente resonando en cada célula de mi cuerpo, mientras me sentía elevado por encima de la nata de caliza sobre la superficie del cenote, sagrada garganta de la tierra cuando el agua me escupió y floté, sí, floté en la cueva. 

Sin embargo, desde entonces no fue suficiente para un necio como yo conocer de oídas la certeza, reconocer aquel murmullo de burbujas convirtiéndose en la voz de los dioses que, aquella vez, me salvaron de mí mismo. Hasta que, habiendo pasado todos estos años, percibí al insecto salir de la nada, frente a mí, mientras aquella misma voz que entonces me trajo el agua, se repitió en el fuego, crepitando mientras repetía “vas a vivir, vas a vivir, vas a vivir…”