Contar los días, así dijeron los abuelos

Hay muchos calendarios y todos están vigentes. Algunos se han encontrado y pudieron engrandecerse, buscar el camino de enmedio, su caminar en la medianía del mundo. Otros prefierieron seguir su camino y hacerse solitaria estrella, ensombrecido sol de ninguno.

Nosotros contamos las vueltas de los astros por el cielo, son otros los que llevan el record de lo que pasó en cada regreso. Así es que se va haciendo la sabiduría de los hombres de hoy. Por eso, es importante que todo calendarista comprenda que los demás calendarios y almanaques también funcionan y que el error sólo es posible cuando el hacer venido de los propósitos nos lleva por un camino equivocado.

Si lo que mides no te importa y no condiciona ni mucho menos determina tu existencia, entonces tu acción de medir no tiene propósito, aunque midas las cosas, el mundo o los planetas. Si te importa medir, entonces tus atados tienen el poder de tu voluntad, la fuerza de tus actos. Esos son los actos de un tolteca, de un medidor del tiempo, de un cargador de años; de un buscador de la existencia.

Aceptamos medir el tiempo y eso nos fue despojando también de nuestras ideologías, de los afanes de poder y la ansiedad de nuestra miseria moral, las estrellas nos dieron luz y también camino. Así nacieron las rutas por donde anduvieron los símbolos que iban a levantar otra vez nuestra grandeza, de entre el lodo, en la oscuridad, en el verdor y el limo.

Veníamos de un mundo lleno de miseria y desolación, en el que no había sostén ni presagio, sólo hoy, desaforado día, sensual y ganoso. Nos había ganado hacía mucho tiempo el falo, la nalga, el oro y los placeres de nuestra lengua y de nuestros ojos. Fuimos la más fina madera tallada por artistas del cielo. Y caímos en la oscuridad al dejar de contar los días, de tallar las noches y las lunas en la piedra; en la madera.

(Matador de Jaguares, por Eutimio Sosa)