El cd estuvo intacto durante muchos años, mientras permaneció en el mueble que Gustavo mandó hacer cuando comenzó a tropezarse con los discos en los pasillos y uno de sus pasteles especiales se vio trágicamente afectado por el plástico derretido de una colección de Lutoslavsky que había permanecido en el horno por más de tres meses a falta de lugar donde estar archivado (así decía gustavo de los discos que rara vez escuchaba).
Gabriela lo sacó de su lugar y pasó tres días escuchando a Davis como a un rapero. El disco regresó a su lugar, completo, incluso nadie podría suponer que había sido leído y estudiado durante esos días. Y como ella era una de las pocas personas que podían tocar las joyas de Gustavo...
Después de esa salida, nadie podía recordar otro viaje al estéreo. por eso cuando se hizo notable que el disco había desaparecido del estante, y que para entonces las reglas habían cambiado y nadie podía tocar los discos, las visitas cotidianas nos comenzamos a preguntar qué estaba sucediendo con gustavo. porque ese era un patrón nuevo para nosotros: no regalaba discos, no los prestaba, aunque no le gustasen los mantenía en su lugar como reliquias invaluables. Así que la desaparición del Doo Bop era un enigma.
A fin de cuentas cada uno especuló como pudo el posible destino del disco y sobre todo el silencio de Gustavo, su total indiferencia por esa astilla del caos incrustada en sus muebles.
Pasaron los meses y un día apareció el porta cd con la contraportada intacta, era el cd de Davis, pero no tenía el cuadernillo. Tampoco entonces comentó algo Gustavo, todos veíamos el estuche en la mesa de centro, en algún sillón, pero nadie se acercaba a él, nadie osaba preguntar algo. Sólo el silencioso interrogante: ?qué está pasando con Gustavo. Un día, dice Pepe, lo agarró, estaba sobre el amplificador, y lo tomó como si nada, lo quitó de ahí, ni lo vio, ni le ofreció un instante de atención, sólo lo retiró de ese sitio y continuó colocando cds en el carrousell del equipo de audio.
El cuadernillo del disco de Davis apareció durante una fiesta organizada por Gustavo para celebrar que había conseguido la colección completa de Bill Bronzy en acetato. O cuando menos es la fiesta el punto de partida para todos los que lo vieron. No antes de entonces, sino en la fiesta, al otro día de la fiesta, después de la fiesta, no antes, ni siquiera la tarde misma en que fuimos llegando a celebrar. No, tampoco la víspera ni la semana anterior, todos coincidieron en lo mismo: la fiesta.
Tampoco entonces Gustavo mostró sentimiento alguno por ese cuadernillo que pasó de mano en mano como un fetiche milagroso que había que tocar para obtener su beneficio sagrado. hay quien asegura haber visto a Gustavo con el cuadernillo en la mano, en realidad nadie lo puede afirmar sin tener una duda mínima; hasta el más seguro de aquello dijo que ya se había tomado más de seis cervezas y que tal vez no podría asegurar nada. El caso es que el cuadernillo estuvo por ahí más de tres meses. Cada vez se veían más huellas digitales de otros tantos criminales de cd·s, desconsiderados que no se lavaban las manos para hojear el cover art... era inevitable aprovechar la oportunidad de estrujar sin culpa un cuadernillo de los discos de Gus. Todos tratábamos de, aunque sea, tomarlo entre las manos y darle un pellizquito al papel couche ya bastante estropeado.
El estuche había desaparecido tal vez al mismo tiempo que apareció el cuadernillo, tampoco nadie sabe con certeza, ni los que casi duermen en casa de Gus cuando se quedan a escuchar música con él. Un día volvió, ese sí lo vi yo mismo sobre la mesita donde estaba la lámpara de silex que le había regalado Pluma Dorada cuando vino del Gabacho a visitarlo. Era el mismo estuchito, no más percutido que antes, estaba ahí, asentado como cualquier adorno desde siempre en su sitio para ayudarle a su dueño a guardar las apariencias. Pasó lo mismo con él, todos queríamos tenerlo en las manos y estoy seguro de que compartíamos el secreto placer de tocarlo mientras Gus nos daba la espalda para cambiar un disco, o se iba a la cocina por más refresco o una cerveza.
Poco a poco se fueron acercando, nadie sabe cómo, lo que sí, todos recuerdan que daba la impresión de que alguien los colocaba adrede en ciertos sitios, y fue evidente para todos cuando cuadernillo y estuche parecieron alinearse astronómicamente en las coordenadas de la sala de música. Día a día se acercaban uno al otro. De haber estado en extremos del lugar, de pronto se habían visto entre ellos desde una silla en el lado del estéreo hasta el extremo de la mesa donde Gus abría sus enciclopedias. Estuvieron a punto de tocarse, uno en el sillón más cómodo, otro en la mesita de junto, llena de encendedores y ceniceros pero sin cigarros por ningún lado, reflejando tan sólo las manías de Gustavo.
Todos estuvimos pendientes, hasta que nos cansamos de esperar que algo sucediese con ellos, un comentario, alguna señal que nos aclarara de una vez por todas lo que eso significaba. No sucedió nada relevante.
Una tarde, mientras escuchábamos el "Rambler" de Bill Frisell, como si cualquier cosa, como un insulto para todos nosotros, amigos y espectadores, tomó el cuadernillo, que estaba sobre el amplificador, se dio la vuelta y levantó de la orilla de la mesa el estuche, los ensambló mientras caminaba hacia el mueble de cajones. De un sobre sacó una bolsita de tela y extrajo un cd. Comentando algo acerca de la guitarra de Frisell abrió la vitrina y colocó el disco en su lugar. Yo no me percaté, pero aseguran algunos que cuando volvió el rostro hacia nosotros, vieron un brillo extraño en sus ojos, como una burla, el destello de una estruendosa carcajada ambientando nuestro asombro.