DE CÓMO SHAOLÍN IMPIDIÓ LA GUERRA

Vi al adversario frente a mí. Lo que había hecho conmigo ameritaba unos golpes, cuando menos algunos gritos dirigidos hacia puntos del Shaoyang para mover su entendimiento. Pero era evidente: el adversario no podría entender, lo había visto comer grasa y harinas en cantidades suficientes para no pensar con claridad.

Desde que llegué de Shangai se dedicó a molestarme, a golpear y palmear; pero había yo visto ya muchos chinos como este. El primer golpe energético que me lanzó tenía como objetivo desmantelar mi seguridad para hablar. Continuó con el golpeteo, entre juego y juego, mientras con otras palabras más sonoras alababa mis dones y convertía en virtudes mis dificultades. Era claro cómo actuaba de dos maneras, como aquellos que vinieron a esta tierra hace muchos, muchos años y fueron falsos de corazón y divididos sus rostros en dos caras. Entonces comenzó a surgir en mí la furia que hasta ahora no logro disipar, el enojo de razones ya olvidadas. Y quise golpearlo, en la cara, destruir su rostro, arrancarle los dientes, los ojos, para que no hablara más, para que no fuese soberbio y por encima de los otros.

Cuando mi cuerpo quiso moverse, Shaolín me detuvo. Sentí mis piernas como piedras, las rodillas acomodándose en un discreto mabu, mis manos cerradas con el sello de Xiulian y la paz que con él nos llega desde el cielo. Y esperé a que la furia se disipara mientras combatía con las sombras, en un silencio que me llevó hasta las cuevas de los cenotes donde el agua me había dicho el día anterior que tuviera mis cuidados para hacer lo que tenía que hacer. Permanecí en silencio mientras el adversario crecía como un idolillo de barro sin cocer y supe que él solo caería, que su peso no podría sostenerlo nada porque era un hombre de barro que venía a comer más tierra para mantenerse unido.

Y cuando quise levantar el brazo, lo mismo que cuando intenté patearlo en la cara, no pude moverme, percibí la túnica amarilla que me cubría y mantenía innerme. El adversario podía ver que algo sucedía conmigo mismo mientras él intentaba aleccionarme sobre cosas que no vienen al caso pero que no me interesaban aunque él pensara que debía saberlas.

Le pregunté a Shaolín porqué me hacía eso, cuando necesitaba defender mi honor. Shaolín me respondió que yo no tenía honor que defender; no necesita defensa la honorabilidad. Cuestioné la disciplina, para qué todo ese poder entonces. Shaolín me dijo: "El poder que te da tu entrenamiento es para que no dejes salir al demonio que llevamos dentro. Si no supieras cómo patear o cómo golpear, si no tuvieras la velocidad con la que te mueves en tus combates de sombra, no podrías contra ellos y serías un necio, tus virtudes se tornarían en vicios y la oscuridad terminaría por tragarte para que ellos, los demonios, habiten tu cuerpo y tu mente para hacer su trabajo de maldad en el mundo.

"Para eso has entrenado hasta ahora. Has sido un buen guerrero, has librado batallas de las que ni siquiera te enteras, pero sales victorioso porque tu nahual también aprovecha tu entrenamiento. Ese que tienes frente a ti no es tu enemigo, eres tú mismo. Si lo escuchas y observas bien, él usa tus palabras, copia tus movimientos, hace lo que tú haces.

El verdadero enemigo no existe dr. Timing -Shaolín habló con tono grave cuando dijo eso-, lo construimos para darle sentido al entrenar sin adversario y cuando nos enfrentamos a un verdadero adversario sabemos que no hay tal, que son los reflejos de lo que está dentro de nosotros, que nosotros mismos los construimos y esa es una energía desperdiciada si no aprendes el sentido de tu experiencia.

Entonces volteé a ver al adversario y el gran grizzly que había creído ver, el guerrero implacable, estaba convertido en un hombre avejentado, con los riñones enfermos, con la mente muy perturbada por el enojo, el odio y el amor arrasado; era alguien que necesitaba encontrar su manera de vivir en paz y no se daba cuenta que siendo como era estaba lejos de la manera de transformarse en lo que su alma exige; algo así como un Shaolín, que aquí les dicen toltecas, kawabiles. Este del que les hablo, era un hombre que no se dejaba abrazar por la tradición, sólo quería sus formas, pensar que las cosas son esquemáticamente explicables con pocas palabras de dudoso significado. Y pensé que no se parecía mí, que seguro era el enemigo de otro y el mío había desaparecido en mi imaginación.

Otra vez se hicieron visibles las palabras de Shaolín y me descubrí reacio a reconocer que yo era así, que estoy lastimado de la cadera, que mis rodillas son débiles y mis riñones piden piedad mientras el hígado vive en el temazcal de mis emociones enturbiadas por la ansiedad y el empoderamiento. Entonces me iluminé por primera vez: Era yo el adversario.

Todo esto sucedió en un instante, justo cuando pude haber lanzado un par de golpes y romperle la nariz, tirar una una voladora a las costillas, el remate justo en el fengfu. Pude haberlo castigado por su soberbia, pero no lo hice, mientras mi odio inventaba las formas del castigo, Shaolín había estado haciendo unas formas que yo nunca antes había visto y me entretuve en la cadencia de la suave energía que fluía a través suyo... me relajé, pensé en las cosas que son más importantes para vivir que tumbar muros, que castigar villanos, y fue así fue como decidí que no iría a la guerra. Por eso tomé mis cosas y me retiré en silencio para volver a casa.