MATADOR DE JAGURES: LIBRO DE DON JOSÉ CHI

Recordé que fui Jaguar, la sangre en mis manos, la noche que habitaba antes de ocupar este cuerpo. Al saber otra vez lo que fui, el rugido en mi pecho marcó mi piel con las marcas de Yohuali y sentí de nuevo la obsidiana, las garras con las que, en otra vida, me quise arrancar esa piel de nagual. Solo lastimé mi cuerpo. Desollado, me llené la carne de cicatrices que ahora recuerdan que tuve otra vidas en las que depredé al débil, en la que comí el corazón de los que creían entregarse a los dioses y no a mi engaño para alimentar mis ensueños, en los que después quedé atrapado sin saber que era el alimento de otros demonios más astutos que yo. 

Y no hubo sino oscuridad, pantanos de muertos sin alma, ríos de sangre que no llevan a ninguna parte ni sacian la sed de andar vagando en mundos sin sentido. Recordé que me harté de las visiones, me cansé de existir a costa de otras luces, de macerar venas y arterias, de sorber el tuétano de huesos en los que tallamos los símbolos para que en otras emanaciones nos invoquen para bajar a la tierra haciendo el daño y comer de la miseria, del alma perdida de los que creen que somos la libertad.

Tuve que despojarme de todas las artes del engaño. Tuve que aprender a sentir, sin vértigo, la emanación del águila y ayunar de almas, de sangre ajena, de corazones tiernos y sufrí el dolor de la piedra cuando fui arrojado a las tinieblas y el silencio. 

Lo único que tuve entonces fue consciencia. Sentí en ella cada mordisco, cada puñalada, cada colmillo que hendí en la carne de mis víctimas; fue así como empecé a redimirme, en medio de la eternidad. Pasaron las ruedas del tiempo y volví a sentir mi cuerpo sin piel, me hice serpiente, me arrastré hasta hallar la medicina y pude ver que el camino era morir para encontrar la vida. Caí así en un profundo sopor y olvidé, luego de miles de vidas, pagando con dolor mi soberbia de querer vencer a la muerte. 

Nací otra vez, sin memoria, hasta que me arrancaron el corazón y en medio del dolor es que recordé, supe que había sido jaguar y me había yo mismo perdonado. Le grité a la montaña, al agua, al viento, que quería volar y sentí mi cuerpo ligero y otra vez, en este cuerpo nací de mi piel, de mis sentidos y sentí el sol, la luz en mis ojos; me vi aquí y ahora y de mi boca solo escuché unas extrañas palabras que eran un canto a Xochiquetzal, la que había sido Cinco Flor y decía "eres mi amor, eres mi amor" mientras, ligero, sin miedo, sin angustia, sin tiempo, me hacía uno con la tierra, con el viento, con el agua y sentía en mi cuerpo las plumas, en mis manos las garras, en mis brazos las alas.